Hace ya siete años terminó mi recorrido como estudiante en Munabe. Siete años en los que he podido formarme como profesor y creo que ha sido una de las mejores decisiones que he tomado. Decidí dedicar mi vida a la profesión docente gracias, en gran medida, a los profesores que formaron parte de mi educación desde mi infancia hasta mi adolescencia.
Ejemplos como Jorge Moreno, Florentino Alonso, Txema Mediavilla, entre muchos otros me hicieron ver que un profesor no es alguien que se dedica únicamente a transmitir conocimientos (como piensa mucha gente), sino que es esa persona que, libremente, decide formar a una ciudadanía con valores, que anima a sus alumnos cuando estos encuentran dificultades en el camino. Es el que consigue encender en un niño la curiosidad que, en un futuro, le llevará a encontrar su vocación. Creo que es una tarea difícil, por un lado, pero sumamente gratificante. La pasión de Jorge en sus clases, la energía de Txema, la dedicación de Luis Jorganes, la capacidad de Hugo Dawid para hacer que una clase de Historia sirviera para repensar el ahora… me hicieron ver que yo quería dedicarme a esta profesión.
Ahora, siete años después, he tenido la oportunidad de formar, aunque sea por poco tiempo, parte del equipo educativo de Munabe. A priori, todo parecía igual. He compartido espacio con aquellos profesores que me formaron, el edificio en sí tampoco ha cambiado demasiado, los niños juegan a los mismos juegos a los que jugaba yo a su edad… Sin embargo, ahora veo todo eso que, como niño, no ves. Se mantienen los valores que se intentan transmitir al alumnado y la dedicación del profesorado.
Lo que no veía como estudiante era el empeño del centro de seguir mejorando: los proyectos educativos que tienen en marcha, las nuevas metodologías que buscan implementar en las aulas, la atención individualizada, la encomiable labor del equipo de Pedagogía Terapéutica sumado a la formación permanente del profesorado que busca mejorar en su tarea de formar a cada persona, de uno en uno…
En relación esto último, recuerdo una conversación que mantuve durante mi estancia en Munabe como profesor sustituto que creo que recoge a la perfección la manera en la que ha cambiado mi visión de la educación ofrecida en Munabe desde que era un niño hasta la persona que soy ahora mismo. En esta conversación se me preguntó por lo que más valoraba de mi educación en el colegio y, tras pensarlo unos segundos, sencillamente pude nombrar tres aspectos: el uso del lenguaje, los valores y la capacidad de pensar. Parece una respuesta poco reflexionada, pero nada más lejos de la realidad. Gracias a haber aprendido a utilizar la lengua en diferentes contextos, he podido acceder a nuevos conocimientos, mantener debates con diferentes personas, asentar la cabeza… Lo cual enlaza directamente con la capacidad de pensar, de reflexionar. Gracias a cuestionarme las cosas, he podido formar mi criterio propio y poder transmitirlo y defenderlo en cualquier ocasión.
Y esto me lleva al último punto: los valores. Respeto, empatía, dedicación… son cada vez menos frecuentes en la sociedad actual. Tanto es así que ahora mismo, en un debate sobre cualquier tema, ya no destaca quien defiende a capa y espada sus ideas, sino quien es capaz de hacerlo sin recurrir a cualquier tipo de violencia.
Como estudiante, pensaba que los docentes perdían el tiempo con esas cosas, pensaba que no eran aspectos útiles, ya que amigos de otras instituciones no recibían algo similar en sus colegios. Ahora veo que, gracias a esa pérdida de tiempo, soy una persona, al igual que quienes fueron mis compañeros, empática, decidida, respetuosa, organizada, etc., y que se implica en todo lo que se propone. Con todo, sólo puedo estar agradecido con la educación que he recibido y espero de corazón que, por un lado, Munabe continue mejorando y, por otro, que sigan surgiendo profesores como los que tuve, enamorados de la enseñanza y con la firme decisión de formar una ciudadanía crítica, formada en valores y capaz de hacer del mundo un lugar mejor.
Y una última cosa, esta vez dirigiéndome únicamente a ese estudiante que pueda estar leyendo estas líneas: confía en el proceso, tus profesores no hacen lo que hacen por fastidiarte; tú confía y, cuando crezcas, lo entenderás.
Pablo Alonso Ojembarrena
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