Javier Peña nos dejó el pasado 29 de agosto. Estaba muy ilusionado por comenzar un nuevo curso. Como él decía, “Munabe es una parte muy importante de mi vida”. Su vida era, en primer lugar, su familia (su esposa Mª Carmen y sus dos hijos, Iker e Iñigo) pero, además, su vida era querer muchísimo a las familias y a los compañeros del colegio. Sin embargo, Dios sabe más, ha partido para el Cielo de manera inesperada. Este curso lo ha comenzado desde Allí, y notamos su ayuda en muchos detalles y gestiones.

 

Acababa de cumplir 59 años. 34 cursos en Munabe. Estos días, al pensar en él, nos viene a la cabeza la imagen del “primer maestro”. En Munabe muchas veces imaginamos cómo sería ese “primer maestro”. Cómo surgiría esta profesión.

 

Seguramente, sería en un tiempo todavía sin escuelas, sin libros, sin títulos… Y al terminar la jornada, las familias se reunirían en torno al fuego. Allí conversarían sobre los acontecimientos del día, sobre sus ilusiones y fatigas. Y allí habría una persona, la que más experiencia vital transmitía, la que ayudaba más, la que daba los mejores consejos, la que se acordaba de más detalles de las personas y de la naturaleza… Entonces, pensaron que esa persona podría ser quien se encargara de la formación y educación de sus hijos. Les gustaría que sus hijos sintieran lo mismo que ellos sentían al estar con él. Y así surgió el primer maestro, incluso sin él mismo saber que lo era. Así comenzó la primera escuela: en torno a un fuego, junto a un árbol, o jardín.

 

Pensamos que esa figura del primer maestro ha sido la que ha encarnado D. Javier Peña en Munabe en estos 34 años. Siempre queriendo aportar a la educación de los alumnos, pero desde la ayuda a la familia. Por eso era quien recibía a los alumnos más jóvenes en los primeros cursos de Primaria, quien organizaba el Curso de Verano, quien impartía sesiones de Orientación Familiar allí donde se lo pidieran, sin importar horarios ni ubicación, quien organizaba el Cross Solidario, quien asistía a los medios de formación doctrinal organizados por el colegio para padres… Y quien se volcaba en todo lo necesario para acoger a alumnos y a profesores jóvenes.

 

Javier se ha ido demasiado joven. Los mejores se suelen marchar así, demasiado pronto. Es un misterio que no podemos entender. Pero lo que sí creemos es que D. Javier está ya en el Cielo, en brazos de Nuestro Señor, de Santa María y San José, y de todos los santos que le han precedido. Como estaba aquí, volcado en cuidar de todos nosotros, que éramos “su vida”.